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Déficit comercial no es sinónimo de pérdida
Por ComexPerú / Publicado en Noviembre 24, 2017 / Semanario 916 - Comercio Exterior
Está 100% demostrado que el libre mercado y la liberalización
comercial son parte de la receta correcta para sostener el crecimiento de las
naciones. Esto es una verdad irrefutable. Basta con ver la diferencia entre
economías abiertas al comercio, como Singapur, Hong Kong, Luxemburgo o Países
Bajos, con otras que le rehuyen, como Venezuela, Cuba, Brasil o Corea del
Norte. No solo en términos de crecimiento económico (pues las primeras crecen a
tasas sostenidas de entre un 2% y un 5% anual, mientras que las segundas se
hunden en recesiones), sino también en términos de calidad de vida y bienestar
de la población.
Es importante mencionar que existen personas que creen
erróneamente que el intercambio comercial es bueno solo cuando nos permite
incrementar nuestras exportaciones al mundo, lo que no es del todo cierto. Que
nuestras importaciones también crezcan no tiene nada de malo. Por el contrario,
las importaciones les permiten a los ciudadanos acceder a mayores opciones de
compra, una mayor gama de bienes que en muchos casos no se producen en nuestro
país (como celulares, televisores, máquinas, etc.) o que son más baratos o de
mejor calidad en el exterior. Y es que, al respecto, cabe precisar que, para
desilusión de algunos proteccionistas, el nivel de importaciones funciona
también como un termómetro para medir la competitividad de nuestras industrias
frente a las del resto del mundo.
Así, por ejemplo, de acuerdo con cifras del Banco Mundial y del
Centro de Comercio Internacional, los países que mayor crecimiento han tenido
en 2016, como Islandia, India, Filipinas y República Dominicana (entre un 6% y
un 7% anual), han presentado ese mismo año una balanza comercial negativa.
Incluso, la India fue el tercer país con mayor balanza comercial negativa en el
mundo.
Las importaciones no son malas
Nuestras importaciones se dividen, principalmente, en tres
tipos: de bienes de capital, bienes intermedios y para consumo. Los bienes de
capital son usualmente activos duraderos utilizados para la producción de otros
bienes o la prestación de servicios. Celulares, por ejemplo, o tractores de
carretera que importamos por US$ 1,127 millones y US$ 262 millones,
respectivamente, en 2016. Los bienes intermedios son aquellos que se usan como
recursos para procesos productivos, como los aceites crudos de petróleo o el
maíz duro amarillo que importamos por US$ 1,633 millones y US$ 581 millones,
respectivamente. Por sus usos, ambos grupos miden, en buena parte, el dinamismo
de la industria nacional. Los bienes de consumo, por su parte, son aquellos que
los usuarios pueden comprar directamente para uso personal, como los autos y
camionetas que importamos por alrededor de US$ 1,490 millones.
Quizás algunos se pregunten por qué importar en vez de
comprar productos nacionales. Pues la respuesta es bastante simple. Porque
algunos bienes no se producen en nuestro país, otros son de mejor calidad en el
extranjero o, por último, comprarlos fuera resulta menos costoso para el
consumidor. Y esto no tiene nada de malo en sí mismo. El problema surge cuando,
por la errónea decisión de intervenir en el libre comercio, los países asumen
una posición proteccionista y colocan aranceles o establecen barreras al
comercio que encarecen las importaciones para proteger la industria local.
Algo como lo que propone el presidente de los EE.UU., Donald
Trump, y que se conoce como “competitividad artificial”, pues encarece los
productos extranjeros para que los locales resulten relativamente menos
costosos, en vez de incentivar a los productores locales a mejorar sus procesos
internos, sus operaciones y estrategias para competir en el mercado nacional e
internacional sin la ayudadita de “papá Estado”. Todo esto basado en la idea
equivocada de que tener una balanza comercial negativa es algo malo, cuando,
por ejemplo, se puede estar en déficit comercial con un país porque importamos
de él bienes de capital o intermedios que finalmente sirven para exportar a
otro —con el que tenemos un superávit comercial—. A esto se le llama
encadenamiento productivo.
Debemos reconocer que cada país tiene fortalezas que
aprovechar y debilidades que mejorar, y es justamente allí donde radica el
libre comercio. Basta ya con eso de “si estamos en déficit, el país pierde”.
Eso es una absurda mentira.
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