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Déficit comercial no es sinónimo de pérdida

Por ComexPerú / Publicado en Noviembre 24, 2017 / Semanario 916 - Comercio Exterior

Está 100% demostrado que el libre mercado y la liberalización comercial son parte de la receta correcta para sostener el crecimiento de las naciones. Esto es una verdad irrefutable. Basta con ver la diferencia entre economías abiertas al comercio, como Singapur, Hong Kong, Luxemburgo o Países Bajos, con otras que le rehuyen, como Venezuela, Cuba, Brasil o Corea del Norte. No solo en términos de crecimiento económico (pues las primeras crecen a tasas sostenidas de entre un 2% y un 5% anual, mientras que las segundas se hunden en recesiones), sino también en términos de calidad de vida y bienestar de la población.

 

Es importante mencionar que existen personas que creen erróneamente que el intercambio comercial es bueno solo cuando nos permite incrementar nuestras exportaciones al mundo, lo que no es del todo cierto. Que nuestras importaciones también crezcan no tiene nada de malo. Por el contrario, las importaciones les permiten a los ciudadanos acceder a mayores opciones de compra, una mayor gama de bienes que en muchos casos no se producen en nuestro país (como celulares, televisores, máquinas, etc.) o que son más baratos o de mejor calidad en el exterior. Y es que, al respecto, cabe precisar que, para desilusión de algunos proteccionistas, el nivel de importaciones funciona también como un termómetro para medir la competitividad de nuestras industrias frente a las del resto del mundo.

 

En los últimos veinte años, el Perú ha tenido dos ciclos marcados con balanza comercial negativa, entre 1993 y 2001, y entre 2013 y 2015. Periodos en los que, en promedio, nuestro país creció un 2.3% y un 3.8%, respectivamente. Incluso, en el primer periodo, acumulamos una balanza negativa de US$ 12,390 millones (nuestras importaciones acumuladas excedieron a nuestras exportaciones acumuladas durante este periodo); sin embargo, la inflación en nuestro país se redujo del 39.5% al 3.7%, el PBI se incrementó de S/ 162,093 millones a S/ 223,580 millones, la tasa de desempleo se redujo del 9.9% al 9.3% (con valles paulatinos de hasta el 6.9%) y los ingresos tributarios del Gobierno central casi se triplicaron. Asimismo, de acuerdo con cifras históricas del Banco Central de Reserva del Perú, el año en que más creció nuestro país fue 1994, cuando alcanzamos un dinamismo del 12.3% y una balanza comercial negativa de US$ 1,241 millones.

 

Así, por ejemplo, de acuerdo con cifras del Banco Mundial y del Centro de Comercio Internacional, los países que mayor crecimiento han tenido en 2016, como Islandia, India, Filipinas y República Dominicana (entre un 6% y un 7% anual), han presentado ese mismo año una balanza comercial negativa. Incluso, la India fue el tercer país con mayor balanza comercial negativa en el mundo.

 

Las importaciones no son malas


Nuestras importaciones se dividen, principalmente, en tres tipos: de bienes de capital, bienes intermedios y para consumo. Los bienes de capital son usualmente activos duraderos utilizados para la producción de otros bienes o la prestación de servicios. Celulares, por ejemplo, o tractores de carretera que importamos por US$ 1,127 millones y US$ 262 millones, respectivamente, en 2016. Los bienes intermedios son aquellos que se usan como recursos para procesos productivos, como los aceites crudos de petróleo o el maíz duro amarillo que importamos por US$ 1,633 millones y US$ 581 millones, respectivamente. Por sus usos, ambos grupos miden, en buena parte, el dinamismo de la industria nacional. Los bienes de consumo, por su parte, son aquellos que los usuarios pueden comprar directamente para uso personal, como los autos y camionetas que importamos por alrededor de US$ 1,490 millones.

 

Quizás algunos se pregunten por qué importar en vez de comprar productos nacionales. Pues la respuesta es bastante simple. Porque algunos bienes no se producen en nuestro país, otros son de mejor calidad en el extranjero o, por último, comprarlos fuera resulta menos costoso para el consumidor. Y esto no tiene nada de malo en sí mismo. El problema surge cuando, por la errónea decisión de intervenir en el libre comercio, los países asumen una posición proteccionista y colocan aranceles o establecen barreras al comercio que encarecen las importaciones para proteger la industria local.

 

Algo como lo que propone el presidente de los EE.UU., Donald Trump, y que se conoce como “competitividad artificial”, pues encarece los productos extranjeros para que los locales resulten relativamente menos costosos, en vez de incentivar a los productores locales a mejorar sus procesos internos, sus operaciones y estrategias para competir en el mercado nacional e internacional sin la ayudadita de “papá Estado”. Todo esto basado en la idea equivocada de que tener una balanza comercial negativa es algo malo, cuando, por ejemplo, se puede estar en déficit comercial con un país porque importamos de él bienes de capital o intermedios que finalmente sirven para exportar a otro —con el que tenemos un superávit comercial—. A esto se le llama encadenamiento productivo.

 

Debemos reconocer que cada país tiene fortalezas que aprovechar y debilidades que mejorar, y es justamente allí donde radica el libre comercio. Basta ya con eso de “si estamos en déficit, el país pierde”. Eso es una absurda mentira.

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