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Desarmando la trampa del ingreso medio
Por ComexPerú / Publicado en Julio 24, 2017 / Semanario 900 - Economía
Recientemente,
en un medio local se deslizó la idea de que el Perú se encuentra en la “trampa
del ingreso medio”, que se refiere a las economías que, una vez que alcanzan un
ingreso anual per cápita entre los US$ 4,000 y US$ 12,700, se desaceleran y les
cuesta seguir creciendo, porque les resulta difícil competir con países
industrializados. Para argumentar este punto, se sostenía que nuestro país no
contaba con “nuevos motores” económicos que lo hicieran menos dependiente del
desempeño de la minería y los precios internacionales. Así, se llegaba a la
conclusión de que, por el hecho de no continuar con el afamado Plan de
Diversificación Productiva, estaríamos condenados a permanecer en dicha trampa.
Al respecto, nos preguntamos: ¿qué tan cierta es esta afirmación? ¿Qué
políticas serían necesarias para salir de “la trampa del ingreso medio”?
La clave está en las
reformas y en las instituciones
Dado
el desastre en materia económica que generaron una serie de políticas
intervencionistas en los años 60, 70 y 80, en la década del 90 nuestro país
optó por las llamadas “reformas de primera generación”, que contenían un
conjunto de políticas orientadas a lograr un equilibrio macroeconómico, como
reforma tributaria y reducción del déficit fiscal, independencia del Banco
Central y flexibilidad del tipo de cambio, liberalización comercial, promoción
de la inversión privada y reformas en el sistema financiero y pensionario. Fue
a partir de la adopción de tales políticas que nuestro país avanzó muchísimo en
lo que a generación de bienestar se refiere. Como resultado, somos testigos de
18 años de crecimiento ininterrumpido, con una reducción de la tasa de
desempleo hasta un 6.7% en 2016 y la caída en la tasa de incidencia de la
pobreza del 42.4% en 2000 al 20.7% en 2016. Esto solo demuestra que se optó por
el camino correcto.
No
obstante, a propósito de la desaceleración económica mundial, diversos
analistas alzaron pluma y emitieron una serie de comentarios que apuntaban
hacia buscar nuevos “motores” y ser menos dependientes de las materias primas
(golpeadas en su momento por los menores precios internacionales), para
asegurar un crecimiento sostenido de nuestra economía. Inclusive, el Gobierno
anterior apostó por un grupo de sectores productivos que eran los llamados a
constituir esos “nuevos motores”, en el marco del Plan Nacional de
Diversificación Productiva. Sin ánimo de hacer leña del árbol caído, lo mejor
que salió de dicho plan fue el nivel de diálogo y articulación entre los
principales actores del sector público y privado para cada uno de esos
sectores, donde se promovieron cambios o mejoras normativas para promover el
desarrollo de determinadas industrias.
¿Qué es lo que
realmente se debería hacer?
De
acuerdo con el Banco Mundial (BM), las políticas que llevaron a los países a
crecer y desarrollarse hasta alcanzar un ingreso medio, no pueden ser las mismas
para convertirse en un país industrializado de ingresos altos. Así, el BM
muestra los casos de Singapur y Corea del Sur, los cuales pudieron
desarrollarse aún más de la mano de una política orientada a mejorar las
instituciones de sus países, para lo que invirtieron fuertemente en educación e
innovación, es decir, dieron el siguiente paso en lo que se conoce como las
“reformas de segunda generación”.
En
ese sentido, si bien el Perú viene avanzando respecto a la eliminación de
barreras burocráticas (una muestra de ello es haber reducido el número de días
necesarios para exportar de 22 en 2005 a 4 en 2016[1]),
los casos de corrupción, que debilitan la institucionalidad y el crecimiento de
toda economía, se presentan como la principal tara para nuestro desarrollo. De
acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción 2016, nos ubicamos en la
posición 101 de 176 países, en lo que a lucha contra la corrupción se refiere.
A
diferencia de lo anterior, en lo que respecta a inversión en educación, hemos
registrado avances. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística e
Informática (INEI), el gasto público en educación creció un 202% desde el año
2000, aunque representó solo un 4% del PBI en 2015 (según cifras del BM), por
debajo del promedio latinoamericano (5.2%) y de los miembros de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos-OCDE (5.3%). Por otro lado, en
cuanto al gasto en investigación y desarrollo, este fue de apenas un 0.2% del
PBI, mientras que el promedio de los miembros de la OCDE fue de poco más del
2%.
Entonces, más allá de buscar “nuevos motores” de la economía, lo que requieren países en desarrollo como el nuestro, que ya alcanzaron cierto nivel de madurez, para asegurar un crecimiento sostenido y mayor bienestar de su población, es apostar por las mejoras institucionales, asegurar un marco normativo promotor de la inversión en todos los sectores de la economía, invertir más en educación (no solo en infraestructura, sino también en calidad educativa) y establecer políticas de Estado en el tiempo, para que lo ya avanzado no se tire por la borda. Recordemos que el fin último de toda política pública está en la reducción de la pobreza, y sin un impacto en ello no habrá “motores” que valga la pena desarrollar.
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