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Programas sociales: definir y dirigir correctamente
Por ComexPerú / Publicado en Septiembre 26, 2016 / Semanario 862 - Economía
Los programas
sociales tienen como objetivo contribuir a la reducción de los círculos
intergeneracionales de pobreza, de modo que un niño que nació en un hogar
pobre, al crecer ya no lo sea y tenga un futuro mejor. Para lograrlo, la identificación y
la selección de sus beneficiarios es clave para que el apoyo gubernamental
llegue solo a quienes lo necesitan y se pueda invertir, paralelamente, en una
educación, infraestructura y salud de mayor calidad. Sin embargo, la falta de
una focalización adecuada ha generado grandes desperdicios de los recursos
fiscales, pues existen altas tasas de filtración. Por ejemplo, tal como
mostramos en la edición anterior, en 2015, 6 de cada 10 hogares beneficiarios del Programa
del Vaso de Leche (PVL) no debieron serlo y, como consecuencia, hogares que sí
forman parte de la población objetivo no se beneficiaron (casi un millón de
familias).
El estudio
“Ahorrar para desarrollarse”, realizado por el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) con datos hasta 2013, señala que un 35.1% de los recursos
destinados a los programas sociales en nuestro país atiende a beneficiarios
infiltrados, porcentaje mayor que otros países de la región como México
(28.9%), por ejemplo. Además, esta filtración equivale a un 0.2% del PBI
peruano, es decir, una cifra mayor que nuestra inversión en investigación y
desarrollo (I+D), que asciende a un 0.15% del PBI. Y en 2015, por mencionar un
caso, el PVL tuvo un presupuesto de S/ 363 millones, de los cuales alrededor de
S/ 217.2 millones serían malgastados si se consideran las filtraciones.
La gran
interrogante: ¿qué hacer?
Estas altas tasas de filtración son producto de una falta de
estructuración de la política social en nuestro país. Por ejemplo, el
presupuesto del PVL para las municipalidades distritales es determinado por el
Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), mientras que los
requisitos de elegibilidad son fijados por el Ministerio de Desarrollo e
Inclusión Social (Midis). Además, dichos criterios son “corroborados” por los
comités del PVL en cada localidad, los cuales están integrados principalmente
por madres de familia, que en muchas ocasiones se guían por criterios no
técnicos. Esto significa que los programas sociales están fragmentados y no
constituyen una política integral, lo que desemboca en duplicidad de funciones,
irregularidades presupuestales y, como comúnmente sucede, terminan excluyendo a
las personas que, por su precaria condición económica, sí deberían recibir
estos beneficios. Por ello, ¿por qué no dejamos que el Midis se encargue de la
dirección de estos programas? De este modo, no existirían dobles filtraciones,
es decir, hogares que reciben transferencias del programa Juntos y ayuda
alimentaria del PVL, entre otros.
Otra de las falencias de nuestra política social es la determinación de
la elegibilidad de los actores, básicamente, determinar quién es pobre. Para el
Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), un hogar con cuatro
miembros en Lima Metropolitana es considerado pobre si su ingreso familiar mensual
es menor a S/ 1,260 y pobre extremo si es inferior a S/ 676. Dicha definición,
que emplea la línea de pobreza[1]
como su mecanismo de clasificación, sirve para reportar las cifras oficiales y,
de acuerdo con ella, un 21.77% de los peruanos fue pobre en 2015. Por su parte,
para determinar a los beneficiarios de los programas sociales como el Programa
Nacional de Apoyo Directo a los más Pobres (Juntos) o Pensión 65 se emplea el
Sistema de Focalización de Hogares (SISFOH), que conjuga los gastos en
servicios básicos (agua, electricidad), la calidad de vida (características de
la vivienda, del hogar y sus potencialidades) y los ingresos. Ante tal
dispersión, ¿por qué no estandarizamos un sistema integrado de clasificación de
los hogares pobres? Esto llevaría a una mejor focalización, pues se tendría
información sincronizada entre los ministerios sobre la población elegible para
tales programas.
Finalmente, es imprescindible que este tipo de programas tenga una
evaluación periódica de su impacto. ¿Cómo sabemos si el gasto realmente contribuye
a disminuir la pobreza multidimensional? O, en el caso particular del PVL, ¿dicho
programa, después de 32 años de su creación, ha elevado la nutrición de los
niños y es recomendable mantenerlo? El PVL no se ha evaluado en los últimos 15
años y el programa Juntos, a 11 años de su creación, bien podría iniciar un
estudio que realice un seguimiento a los niños que fueron beneficiados por el
programa y cómo este ha impactado en la reducción de su condición de pobreza
(multidimensional) en un contexto de desaceleración económica.
Las filtraciones y la necesidad de reestructurar la política social no
son un tema novedoso. Ya en 2009, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF)
reportó que el PVL tenía una tasa de filtración del 51%, los desayunos y
almuerzos escolares, un 49%, y los comedores populares, un 48.1%. Tan solo en
Lima, la filtración del PVL alcanzó un 73.1% y en 2015 llegó a un 74.9% del
total de hogares beneficiarios. Hagamos las reformas pertinentes y no dejemos
que estas cifras sigan incrementándose. No es tan solo una cuestión de aumentar
el gasto, sino de saber administrarlo.
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