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SE AVECINA UNA NUEVA CHINA POS-COVID-19

Por ComexPerú / Publicado en Mayo 29, 2020 / Semanario 1027 - Comercio Exterior

No es una exageración afirmar que el crecimiento económico de Latinoamérica es sensible a lo que ocurra con China. Principalmente, debido a que la región está expuesta a los cambios que el gigante asiático puede generar tanto en la demanda internacional (en especial sobre las materias primas) como en las cadenas de producción globales. Este también es nuestro caso, ya que, con US$ 13,546 millones en exportaciones y US$ 10,278 en importaciones, en 2019, China se posicionó como nuestro primer comprador y vendedor de mercancías, según cifras de la Sunat.

A esto podemos agregar su inversión en el Perú. La inversión extranjera directa china alcanza los US$ 284 millones, según cifras de ProInversión, y la mayoría de esta pertenece al sector minero. En dicho rubro, China posee un rol vital, ya que sus empresas produjeron un 25% del cobre y el 100% del hierro en el país en 2018, y es el segundo mayor inversor en proyectos de construcción de minas, por un valor de US$ 10,155 millones (ver Semanario 1018). Al sumar estos y otros factores, no sorprende que estimaciones del Banco Mundial evidencien que una variación de 1 punto porcentual (pp) en el crecimiento del PBI chino se asocie con una variación entre 0.6 y 0.8 pp del nuestro (ver Semanario 1004).

Bajo esta línea, al igual que varios países latinoamericanos, podríamos esperar que, al entrar China a su correspondiente repunte económico pos-COVID-19, se produzca un empuje para nuestro crecimiento en el corto y mediano plazo. Sin embargo, la realidad podría ser distinta.

UNA HISTORIA DISTINTA A LA DE ANTES

Durante la última gran crisis económica mundial, China contribuyó enormemente a la recuperación de Latinoamérica gracias a que los recursos primarios de la zona, sobre todo los metales, eran justo lo que necesitaba. En esos momentos, el modelo chino se basaba en la formación de capital físico básico (carreteras, puentes, rieles, etc.), y fueron el sector construcción e industrias de cemento, acero, hierro, etc., los que impulsaron el súper ciclo de commodities del cual nuestro país se benefició.

Sin embargo, esta vez la historia será distinta. De acuerdo con su Plan Quinquenal 2016-2020[1], China ha reestructurado  su economía y viene basando su crecimiento económico en el consumo interno, enfocándose en la creación de valor agregado por medio de una mayor productividad e innovación en sectores como la manufactura y, en años más recientes, servicios y tecnología (ver semanarios 870, 970 y 1015).

El factor novedoso es, por supuesto, la COVID-19. Lo que distintas fuentes y expertos han ido concluyendo es que la pandemia producirá cambios estructurales que en circunstancias normales hubieran demorado al menos unos cuantos años. En específico, se esperan grandes estímulos económicos que se enfocarían en las nuevas tecnologías digitales y energías renovables. Ello responde, por un lado, a los retornos decrecientes de la inversión en áreas tradicionales y, por el otro, a que involucran proyectos y programas que tendrán un impacto positivo en el PBI en el corto plazo, y que son consistentes con la visión de largo plazo de una economía China moderna, de alta tecnología y resiliente.

De hecho, estas características ya han empezado a proliferar. Por ejemplo, de acuerdo con un reporte de la consultora McKinsey & Company, producto del confinamiento, China está experimentando un boom de su ecosistema digital, mediante la proliferación de medios de interacción online, en especial en sectores no muy digitalizados como el inmobiliario o el de salud. Asimismo, según el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), las cadenas de suministro y logística basadas en tecnología han sido fundamentales para evitar el desabastecimiento.

Es por ello que, para dar un impulso a estas tendencias, el Comité Permanente del Buró Político (el grupo de dirigentes máximo del Partido Comunista de China) ha anunciado que la estrategia de recuperación se centrará en acelerar la inversión en “nueva infraestructura”: expansión de la red 5G, centros de big data, inteligencia artificial, internet de las cosas para la industria, líneas de transmisión de ultra alto voltaje, vías férreas de alta velocidad e infraestructura de carga de vehículos eléctricos. Se trata de un plan de inversiones por casi US$ 1.4 billones para el periodo 2020-2025.

¿Qué ocurrirá con el resto de los proyectos? Si bien no habrá un cambio de paradigma, sí se espera que el capital chino, tanto público como privado, sea más estratégico y selectivo en cuanto a dónde ubicarse. Un reflejo de esto se observaría en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. El mega proyecto trasnacional chino, según la consultora Oxford Business Group, experimentará muy probablemente retrasos, sobre todo en los países más pobres donde se requiere movilizar más mano de obra o asistencia técnica. De igual forma, el WEF señala que la inversión se concentrará en las regiones asiáticas, ya que en dichas zonas será más fácil conformar cadenas de valor, no solo por la cercanía geográfica, sino también por su potencial desarrollo tecnológico.

En conclusión, China está apostando sus cartas a la tecnología y la sostenibilidad para su futuro próximo. Si bien puede seguir necesitando los insumos básicos usuales, pronto dependerá menos de estos y crecerá su demanda de bienes con mayor valor agregado (conductores, chips y otras piezas electrónicas), o incluso de servicios digitales. Claramente, esto es algo que no podemos ignorar. Por tanto, no debemos esperar que China nos “salve” de nuevo; nuestra prioridad debe ser explorar nuevos mercados y seguir desarrollando nuestras industrias productivas.



[1] El documento guía del Gobierno chino, que contiene las directrices que seguirá la economía para cumplir ciertos objetivos, usualmente relacionados al crecimiento, en los próximos cinco años.

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