¿Esto no es lo que estabas buscando?
Vuelve a definir los parámetros de tu búsqueda.
¿Otra vez con lo mismo?
Por Jessica Luna / Publicado en Febrero 27, 2017 / Semanario 881 - Editorial

Hoy tenemos un Gobierno
comprometido con la mejora del servicio al ciudadano, la simplificación
administrativa y tributaria, la formalización y la mejora en la provisión de
servicios públicos; en suma, con lograr un país moderno,
que
sea más competitivo y con más oportunidades para todos los peruanos. En
particular, en el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo, tenemos una administración
que ha reactivado la agenda comercial después de algunos años de letargo. Así,
están sobre la mesa la negociación de acuerdos comerciales con la India, Nueva
Zelanda y, posiblemente, con Australia y Malasia.
Ante ello, también han
despertado algunos personajes con argumentos retrógrados, que aducen que con
algunos de estos acuerdos solo se logrará la destrucción de la industria
peruana. Tales alarmistas, ya conocidos por todos, vuelven a la escena pública
para exigir al Estado aranceles, medidas antidumping o salvaguardas sin
sustento técnico alguno, a sabiendas de que acciones proteccionistas como estas
las termina pagando el consumidor.
Ejemplos de cómo
derrumbar esos mitos de la apertura comercial tenemos varios y quiero al menos
recordar un par de ellos. El primero, referido al sector agropecuario, que ha
tenido una transformación impresionante en los últimos años, justamente gracias
a los acuerdos comerciales que han permitido un mayor acceso a los mercados,
reducción de barreras sanitarias, entre otros avances. Las agroexportaciones
pasaron de US$ 1,220 millones en 2006 a US$ 4,408 millones en 2016
—lo
que representa un crecimiento promedio anual por encima del 15% en la última
década—, se ha duplicado
el número de empleos formales (cinco empresas agrícolas figuran entre los
primeros 20 empleadores del Perú), se multiplicó por 7 la participación de
mujeres y se transformó el sector con inversión privada, lo que ha generado,
además, una industria de productos procesados y otras conexas, como la de
empaques y servicios para la agricultura.
El segundo ejemplo está
referido al acuerdo comercial con China, el mismo que, según las voces que hoy
reaparecen, decían iba a destruir la industria peruana. Por el contrario, este
acuerdo, por donde se le vea, ha constituido una gran alianza con el gigante
asiático, nuestro principal socio comercial. Así, las exportaciones totales a
China al 2015 crecieron un 35%, mientras que las no tradicionales lo hicieron
un 38%, además del acceso a bienes de capital e intermedios a menores costos
por la eliminación de aranceles, ya que el pago de aranceles se habría reducido
un 77.4% y un 24.1%, respectivamente.
Así pues, desde hace muchos años, el Perú
apostó por integrarse a la economía mundial, lo que significa vender aquellos
productos en los que somos más competitivos y eficientes y comprar aquellos en
los que no lo somos. Querer mantener una industria a costa de protección del
Estado o con mecanismos artificiales podrá tener un efecto positivo en el corto
plazo, pero terminará siendo una aberración, ya que no hay bolsillo (ni del
Estado ni del consumidor) que aguante y solo se prolongaría su agonía.
Esos recursos escasos se pueden utilizar para
invertir en salud, educación, infraestructura y no en solapar ineficiencias y
falta de competitividad de ciertos sectores. Ya nuestro país conoce de estas
historias y parece increíble que estos personajes vuelvan a pedir protección,
cuando lo que los empresarios deben exigir del Estado es una regulación laboral
promotora de empleo, simplificación administrativa, inversión en
infraestructura y eficiencia logística.
Basta ya de
vivir del Estado. Seamos responsables.
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